miércoles, 11 de febrero de 2009

Sobre el estándar y la norma -Ayoze Álvarez Cartaya-

Aunque se intente establecer la lengua sobre una base científica, que la estandarice, la unifique, y la convierta en única y exclusiva en un determinado espacio y en un determinado tiempo, esto es, sencillamente imposible. No hay una unificación entre los hablantes que consiga establecer la diferencia entre los que hablan bien (que siempre dirán que hablan bien) y los que hablan diferente a los que afirman que hablan bien (pues también dirán que hablan bien). Solo puede dirigirse un código, que estipule una norma aunque sea una sola teoría sin legitimarla científicamente, un código acientífico.
Una lengua se suele “propagar” sobre otras, siendo la única oficial, convirtiéndose en la lengua que todos deben de hablar y respetar, la que se debe usar a la hora de escribir, una lengua en definitiva societaria. Es esta lengua la que recibirá el sobrenombre de “estándar”.
Pero no se puede hablar de “lengua estándar” sin pasar por alto matizaciones y puntos a clarificar, dada la dificultad de la lengua a la hora de coexistir en una sociedad. La vida real de las personas es muy diferente, y todas distan de llegar a ser modelos de referencia, para que la inmensa mayoría los acate. Se cae a menudo en una imperfección, de la cual la lengua hace eco. Si no hay una base sólida donde asentar la lengua, para que esta sea “perfecta”, no lo será, y como esta base, que debe de darse en la sociedad, no existe, no podrá ser así bajo ninguna circunstancia. La diversidad de la vida real obliga a pensar, que no todos comparten el mismo punto de opinión sobre una lengua común, una lengua que represente a todo el mundo, no hay una “lengua nuestra”, puesto que no todos los individuos piensan de esta manera tan generalizada. Por eso, cuando se habla de “lengua estándar”, hay que ver que el cariz que contiene la expresión no puede, bajo ningún concepto, convertirse en una tiranía sobre los diversos dialectos y códigos coexistentes, puesto que estos, representaran a pequeñas minorías, serán estos los que se conviertan en su lengua común, y no hay por qué no respetarla.
Por ser la lengua estándar, la común, no significa que esté bien, puesto que las lenguas se deben legitimar, tanto en el respeto, como en lo objetivo de su contenido.
Pese a todo, quien se afana en conseguir que una lengua se sustente en un código, se encuentra con la seria dificultad de intentar corregirla una y otra vez, de controlar un elemento salvaje y vivo, que no siempre responde a los mismos estímulos. La lengua la hablan las personas, y las personas viven y conviven en ambientes muy distintos. Son las personas quienes forman el lenguaje. A pesar de que una ley decrete que el uso de una palabra sea tal, y no sea cual, la validez de esa ley no depende de nadie salvo de los hablantes. Pero hay que regirse por una norma. Cuando se crea la norma hay que acatarla, que no significa dejar de lado nuestro propio dialecto o nuestra lengua aunque no sea la común, pero si respetar la norma en la coordenada de la oficialidad.
Aunque el ámbito lingüístico sea de continuos vaivenes y de idas y venidas bruscas, se trabaja de forma comprometida y dura por mejorarlo. La riqueza de la lengua se basa en la diferencia, pero también se basa en que todos, sea cual sea nuestra lengua, logremos comunicarnos.

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